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TELE SUR EN VIVO


sábado, 12 de mayo de 2012

Un llamado de alerta a nuestros compañeros y al pueblo en general.-

Nuestra compañera Amalia, nos hace un analisis ya conocido por todos, donde en este blog hemos venido denunciando la militarizacion de la PNC como un retroceso de veinte años cuando los cuerpos represivos eran de la fuerza armada, ahora en forma velada pero insidiosa, los gobernantes tanto de arena como el actual siguiendo los dictados del imperialismo quieren militarizar la region centroamericana y los primeros pasos en la militarizacion de la PNC es una muestra de ello, vemos como la Direccion General es una fabrica de empleos de muchos que antes pertenecieron a la fuerza armada los cuales ahora forman parte del PPI asi como dicha oficina se ha convertido en un bunker militar,los cambios se suceden mientras la incertidumbre cunde hasta en los jefes que han servido fielmente los intereses del pueblo como profesionales que se sienten amenazados por la llegada de un militar a sus puestos, tipos prepotentes y abusadores de los empleados, que gozan de impunidad, este llamado al pueblo se ha venido haciendo a la organizacion, ya que los medios de la derecha oligarquica generan cortinas de humo que mantienen enfrascados en luchas esteriles incluso a organos del estado, mientras el militarismo como sombra de muerte va tomando cada vez mas preponderancia.
- Militarizando la seguridad del estado y los acuerdos de paz enterrados en el olvido. de Amalia Pineda, el jueves, 10 de mayo de 2012 a la(s) 18:0 Hoy no es extraño escuchar las diferentes quejas de las y los policías que trabajan en el mantenimiento del orden y la seguridad en la Policía Nacional Civil (PNC), así como también de los miembros que conforman y conformaron la Organización de Inteligencia del Estado (OIE). Las alianzas estratégicas entre el gobierno y los “amigos de Mauricio” sean estos la derecha pasiva (GANA, PC, PES, CD y militares que conforman las filas de estos partidos) tienen un fin político determinado, seguir las estrategias de subyugación, explotación, sometimiento, ruta transportadora de droga del mandamiento imperialista y el fortalecimiento del Neoliberalismo, para proteger y garantizar el poder monetario del capitalismo que agoniza día a día; Pero dentro de estas imposiciones imperialistas y de acatamiento súbdito por parte de quienes dirigen y administran dichos centros operativos de seguridad pública y estatal deben impulsar y ejecutar anomalías jurídicas que alteran la legalidad de los acuerdos de paz, la estabilidad laboral de la clase trabajadora en la seguridad tanto policial como de la inteligencia del estado y violentar la legitimidad de estos al querer promocionarse y conseguir un asenso. En estos días muchos policías se han visto afectados, no solo por la discriminación jerárquica y administrativa policial a la que son sometidos, sino cuando son mandados a realizar o dejar pasar una acción ilícita y estos no lo aceptan y se ven descalificados y trasladados de sus puestos estratégicos a puestos inferiores colocando a un “civilitar” de su confianza que acate la disposición neoliberal, también les queda estrictamente prohibido poder denunciar, deben mantenerse callados aun cuando violen sus derechos y se amparen en la Constitución de la República que no les permite la libre sindicalización, asociación o gremio, no pueden ni deben protestar por las decisiones que estos tomen, deben permitir la discriminación por parte de las autoridades de mayor rango y supuestamente encargadas de velar por la transparencia y la equidad, se les aplica el total rechazo por el hecho de ser de tendencia civil o ex combatiente del FMLN para que no puedan optar y ser candidatos a promociones de asensos. Ahora la prioridad en los puestos, promociones y asensos son exclusivos para los que consideran y comprueban que son de tendencia militar o que provienen de estas filas etiquetados o recomendados por el Coronel o el Teniente Coronel “Fulanito de Tal”, sobre los derechos de los demás policías civiles y ex combatientes del FMLN y pasan sobre la antigüedad, y derechos que legítimamente tienen ya ganados con su trabajo y antigüedad. En el caso de la OIE los problemas son más complejos ya que los despiden injustamente y colocan en sus puestos militares retirados o a punto de retirarse porque estos civilitares ahora son los de confianza, cuando se supone que hay una ¿izquierda gobernando?, y pregunto que acaso ARENA hubiera hecho lo mismo y ¿hubiera permitido dentro de sus filas de inteligencia y seguridad pública personajes reconocidos como de la izquierda o ex combatientes? Ustedes sabrán muy bien la respuesta. Entonces ¿por qué el gobierno de alianza de izquierda permite estos abusos, arbitrariedades y autoritarismo?. La parte de la izquierda en esta estratégica alianza con el gobierno debe tener autoridad e incidencia, y NO permitir más abuso, injusticia y arbitrariedades. Hasta cuando la Corte Suprema de Justicia actuara de oficio, investigará todo esta violación a los acuerdos de paz, la clara violación a la constitución de la Policía Nacional Civil que como bien lo dice es ¡civil!, no militar o de militares retirados y quienes siguen un lineamiento político estratégico represivo y de alianza oportunista, o acaso pretenden cambiar esta esencia junto a la sala de lo Constitucional en un decreto amañado y madrugador y convertirla en algo así como una Policía Nacional de Militares retirados y con curso de militar para poder ser parte de esta entidad (PNM), con el fin de garantizar las nuevas imposiciones imperialistas como los Asocios Públicos Privados. El llamado está hecho para que todas y todos comencemos una campaña de rechazo y resistencia contra los abusos, prepotencias e imposiciones de estos regímenes y alianzas políticas que en el sentido que marchan se ven por sus acciones una dirección directa contra la clase trabajadora policial y la OIE y que más parecen compromisos políticos partidistas, además de acatamiento de la oligarquía Neoliberal para la garantía de futuras aplicaciones contra el pueblo como los Asocio Públicos Privados, puedo decir que percibo “mas represión estatal”, exclusión, violación a la constitución de la república, a los acuerdos de paz, a los derechos humanos y la estabilidad laboral.
Defendamos entonces nuestra lucha por la paz, los acuerdos post guerra, la estabilidad laboral, hoy lo hacen con los que imparten justicia, mañana lo harán con nosotros, y entonces si no reaccionamos a estos acontecimientos que vienen sumando las verdaderas intenciones de los Neoliberales, no lloremos mañana como niños y niñas lo que no pudimos defender hoy como hombres y mujeres. “El aviso esta en el aire Sindicatos, Trabajadores y Derechos humanos y laborales, los Asocio Públicos Privados son la garantía para el capitalismo y el fortalecimiento del Neoliberalismo, de cada uno de nosotros depende ¡repelerlo! El propósito es ese y aun más, la muerte, la cacería y la persecución vuelven hacer el escenario de lo que genero la guerra. “A todo aquel que se oponga al Asocio Público Privado podrá será callado con represión, la dictadura Capitalista-Neoliberal marcha con el impuesto militarismo hipócrita-derechista, ese es el objetivo”. Militar dirigiendo la PNC PNC, Brigada antipandillas, creada y dirigida por militares.

martes, 1 de mayo de 2012

Asi nacio el dia Internacional de los trabajadores

Parte de la historia del nacimiento del dia "Internacional de los Trabajadores" no del dia del trabajo como lo quiere hacer ver la burguesia, la diferencia es obvia el dia es una conmemoracion a los martires de Chicago, para la burguesia es al trabajo en general, es pues una necesidad de conocer la realidad y no seguir siendo presa de los medios de la derecha.- El resultado de estas luchas, que marcan el nacimiento del sindicalismo en Estados Unidos, influyó primero en el Gobierno Federal antes que en los patrones, que expoliaban impunemente a sus trabajadores al amparo del librempresismo. En 1840, el Presidente Martín van Buren reconoció legalmente la jornada de 10 horas para los empleados del Gobierno y también para los obreros que trabajaban en construcciones navales y en los arsenales. En 1842, dos Estados, Massachusetts y Connecticut, adoptaron leyes que prohibían hacer trabajar a los niños más de 10 horas por día. El mismo año, la quincallería Whtite & Co. de Buffalo (Estado de Nueva York) introdujo en sus talleres la jornada de 10 horas. Pero la agitación obrera continuó. Desde el otro lado del mar llegaban noticias alentadoras. Cediendo a la presión sindical, el Gobierno inglés promulgó una ley (1844) que redujo a 7 horas diarias el trabajo de los niños menores de 13 años, y limitó a 12 horas el de las mujeres. Se esperaba lograr pronto allí la jornada de 10 horas para los adultos, hombres y mujeres. En ese ambiente se reunió el primer Congreso Sindical Nacional de los Estados Unidos, el 12 de octubre de 1845, en Nueva York. Se tomaron medidas concretas para coordinar la lucha de los diferentes gremios y la que se llevaba a cabo en distintas ciudades. Se planteó la creación de una organización secreta permanente para la reivindicación de los derechos del trabajador. El Congreso Sindical de Nueva York se fijó como tarea de acción inmediata la demanda del reconocimiento legal de la jornada de 10 horas y se convocó a mítines obreros en las principales ciudades para agitar públicamente esta exigencia. A esta etapa siguieron las huelgas, que alcanzaron excepcional amplitud en Pittsburgh, centro metalúrgico, donde 40.000 obreros mantenían una huelga de 6 semanas por la jornada de 10 horas. Pero los patrones no cedieron, y muchos inmigrantes recién llegados se dispusieron a asumir el puesto de los huelguistas. El movimiento fracasó. En otros lugares se lograron avances concretos: New Hampshire decretó la implantación de la jornada de 10 horas y numerosas fábricas hicieron lo mismo en otros Estados. Pero la agitación cobró nuevos impulsos al divulgarse, en 1848, la noticia de que los obreros de una sociedad colonizadora en Nueva Zelanda habían obtenido la jornada de 8 horas. Sin embargo, no se estructuró un movimiento que respaldara esta aspiración. Las demandas se limitaron a exigir un máximo de 10 horas de trabajo por día. Fue sólo a comienzos de 1866, una vez terminada la guerra de secesión, que renació la lucha por acortar la jornada de labor. Otros avances se habían logrado entretanto. El Estado de Ohio adoptó la ley de 10 horas para las mujeres obreras, y los sindicatos de la construcción estaban vivamente impresionados al saber que los albañiles de Australia obtenían en esos días el reconocimiento de la jornada de 8 horas. Por otra parte, la reducción de la jornada de trabajo, que absorbería mayor cantidad de mano de obra, se convertía en una necesidad urgente por el retorno de los soldados desmovilizados y el cierre de las fábricas que trabajaban para la guerra. Además, los inmigrantes seguían afluyendo, por centenares y centenares de miles. Al Congreso de Estados Unidos ingresaron más de media docena de proyectos de ley que proponían legalizar la jornada de 8 horas, y la Asamblea Nacional de Trabajo, celebrada en Baltimore en agosto de 1866, con representantes de 70 organizaciones sindicales, entre ellas 12 uniones nacionales, proclamó: “La primera y gran necesidad del presente, para liberar al trabajador de este país de la esclavitud capitalista, es la promulgación de una ley por la cual la jornada de trabajo deba componerse de ocho horas en todos los Estados de la Unión Americana. Estamos decididos a todo hasta obtener este resultado”. El mismo congreso sindical acordó crear comités para “recomendar” la reivindicación de las 8 horas, cometiendo el error de confiar únicamente en la buena voluntad de los poderes públicos para hacer ley su iniciativa. Mientras, en Europa, la I Internacional (creada en 1864) había acordado en su Congreso de Ginebra, en 1866, agitar mundialmente la demanda de la jornada de trabajo de 8 horas. Los asalariados norteamericanos, en el Congreso Obrero de los Estados del Este, celebrado en Chicago en 1867, dedicaron gran parte de sus debates a las 8 horas. El hombre que impulsó las resoluciones sobre el tema fue Ira Steward, un mecánico autodidacta de Chicago, a quien daban el sobrenombre de “El maniático de las ocho horas”. Steward sostenía que al acortarse la jornada de trabajo aumentaría la necesidad de mano de obra y que, por lo tanto, de allí surgiría el aumento de los salarios. Escéptico de la eficacia de la acción puramente sindical, Steward, en ausencia de un partido político autónomo de la clase obrera, proponía un método usado tradicionalmente por el movimiento sindical norteamericano: ejercer presión sobre los partidos del “stablishment” y no dar sus votos más que a los candidatos que aceptaran impulsar todo o parte del programa sindical. Por fin, la fecha tan esperada llegó. La orden del día, uniforme para todo el movimiento sindical era precisa: ¡A partir de hoy, ningún obrero debe trabajar más de 8 horas por día! ¡8 horas de trabajo! ¡8 horas de reposo! ¡8 horas de recreación!. Simultáneamente se declararon 5.000 huelgas y 340.000 huelguistas dejaron las fábricas, para ganar las calles y allí vocear su demandas. En Nueva York, los obreros fabricantes de pianos, los ebanistas, los barnizadores y los obreros de la construcción conquistaron las 8 horas sobre la base del mismo salario. Los panaderos y cerveceros obtuvieron la jornada de 10 horas con aumento de salario. En Pittsburgh, el éxito fue casi completo. En Baltimore, tres federaciones ganaron las 8 horas: los ebanistas, los peleteros y los obreros en pianos-órganos. En Chicago, 8 horas sin disminuir sus salarios: embaladores, carpinteros, cortadores, obreros de la construcción, tipógrafos, mecánicos, herreros y empleados de farmacia; 10 horas con aumento de salario: carniceros, panaderos, cerveceros. En Newark, los sombrereros, cigarreros, obreros en máquinas de coser Singer, obtuvieron las anheladas 8 horas. En Boston, los obreros de la construcción. En Louisville, los obreros del tabaco. En Saint Louis, los mueblistas, y en Washington, los pintores... En total, 125.000 obreros conquistaron la jornada de 8 horas el mismo 1° de mayo. A fin de mes serían 200.000, y antes que terminara el año, un millón. No era la victoria absoluta; pero se había obtenido un resultado importante, por sobre, incluso, de algunas fallas en el movimiento obrero. “Jamás en este país ha habido un levantamiento tan general de las masas industriales” (expresaba un informe de la AFL) “El deseo de una disminución de la jornada de trabajo ha impulsado a millares de trabajadores a afiliarse a las organizaciones existentes, cuando muchos, hasta ahora, habían permanecido indiferentes a la acción sindical”. En Chicago, los sucesos tomaron un giro particularmente conflictivo. Los trabajadores de esa ciudad vivían en peores condiciones que los de otros Estados. Muchos debían trabajar todavía 13 y 14 horas diarias; partían al trabajo a las 4 de la mañana y regresaban a las 7 u 8 de la noche, o incluso más tarde, de manera que “jamás veían a sus mujeres y sus hijos a la luz del día”. Unos se acostaban en corredores y desvanes; otros, en inmundas construcciones semiderruidas, donde se hacinaban numerosas familias. Muchos no tenían ni siquiera alojamiento. Por otra parte, la generalidad de los empleadores tenía una mentalidad de caníbales. Sus periódicos escribían que el trabajador debía dejar al lado su “orgullo” y aceptar ser tratado como “máquina humana”. El “Chicago Tribune” osó decir. “El plomo es la mejor alimentación para los huelguistas... La prisión y los trabajos forzados son la única solución posible a la cuestión social. Es de esperar que su uso se extienda”. No era extraño que en ese cuadro Chicago fuese el centro más activo de la agitación revolucionaria en los Estados Unidos y cuartel general del movimiento anarquista en América: Dos organizaciones dirigían la huelga por las 8 horas en Chicago y todo el Estado de Illinois: la Asociación de Trabajadores y Artesanos y la Unión Obrera Central, pero eran sus exaltados periódicos obreros los polos en torno a los cuales giraba la acción reivindicativa.
Uno de estos periódicos era escrito en alemán, el “Arbeiter Zeitung”, que aparecía tres veces a la semana, dirigido por August Spies, de orientación anarquista, y otro, “The Alarm”, en inglés, dirigido por el socialista Albert Parsons. Junto a ellos, un brillante grupo de agitadores, periodistas y oradores de verbo encendido insuflaba el ímpetu peculiar que caracterizaba la lucha obrera en ese Estado. La mayoría de ellos pasaría a la Historia como los “Mártires de Chicago”: Fielden, Schwab, Fischer, Engel, Lingg, Neebe. Pese a los éxitos parciales de algunos sindicatos, la huelga en Chicago continuaba. Una sola usina seguía echando su humo negro sobre la región: la fábrica de maquinaria agrícola McCormik, al Norte de Chicago. El fundador de la usina, Cyrus McCormik, había muerto poco antes y dejado en el testamento una suma considerable de dinero para levantar una iglesia. Pero su heredero resolvió construir el templo sacando los fondos de un descuento obligatorio a sus obreros, que lo rechazaron. El 16 de febrero de 1886 estalló la huelga. Entonces, McCormik hijo contrató cientos de rompehuelgas a través de los hermanos Pinkerton y desalojaron en medio día la fábrica, que estaba ocupada por los trabajadores. Cuando estalló la huelga general del 1° de mayo, McCormik seguía funcionando con el trabajo de los rompehuelgas, y no tardaron en producirse choques entre los restantes trabajadores de la ciudad y los “amarillos”. El ambiente ya estaba caldeado, porque la policía había disuelto violentamente un mitin de 50.000 huelguistas en el centro de Chicago, el 2 de mayo. El día 3 se hizo una nueva manifestación, esta vez frente a la fábrica McCormik, organizada por la Unión de los Trabajadores de la Madera. Estaba en la tribuna el anarquista August Spies, cuando sonó la campana anunciando la salida de un turno de rompehuelgas. Sentirla y lanzarse los manifestantes sobre los “scabs” (amarillos) fue todo uno. Injurias y pedradas volaban hacia los traidores, cuando una compañía de policías cayó sobre la muchedumbre desarmada y, sin aviso alguno, procedió a disparar a quemarropa sobre ella. 6 muertos y varias decenas de heridos fue el saldo de la acción policial. Enardecido por la matanza, Fischer voló a la Redacción del “Arbeiter Zeitung”, donde escribió una vibrante proclama, con la cual se imprimieron 25.000 octavillas y que sería luego pieza principal de la acusación en el proceso que terminó con su ahorcamiento. Decía: “Trabajadores: la guerra de clases ha comenzado. Ayer, frente a la fábrica McCormik, se fusiló a los obreros. ¡Su sangre pide venganza! ¿Quién podrá dudar ya que los chacales que nos gobiernan están ávidos de sangre trabajadora? Pero los trabajadores no son un rebaño de carneros. ¡Al terror blanco respondamos con el terror rojo! Es preferible la muerte que la miseria. Si se fusila a los trabajadores, respondamos de tal manera que los amos lo recuerden por mucho tiempo. Es la necesidad lo que nos hace gritar: “¡A las armas!”. Ayer, las mujeres y los hijos de los pobres lloraban a sus maridos y a sus padres fusilados, en tanto que en los palacios de los ricos se llenaban vasos de vino costosos y se bebía a la salud de los bandidos del orden... ¡Secad vuestras lágrimas, los que sufrís! ¡Tened coraje, esclavos! ¡Levantaos!”. La proclama terminaba convocando a una gran concentración de protesta para el 4 de mayo, a las cuatro de la tarde, en la plaza Haymarket, y concluía con las palabras: “¡Trabajadores, concurrid armados y manifestaos con toda vuestra fuerza!”. Esta frase (y aquella que decía “¡A las armas!”) fueron tachadas por Spies, director de la imprenta, y él mismo vigiló especialmente que no la incluyeran los tipógrafos. Sin embargo, cuando posteriormente la Policía se incautó de los originales, convirtió esa frase no publicada en el núcleo central de la acusación. En Haymarket se reunieron unas 15.000 personas. La mayoría de los que posteriormente serían los mártires de Chicago se hallaba a esa hora en la Redacción del “Arbeiter Zeitung”. Parsons estaba con su mujer y dos hijos; lo acompañaba una obrera con la que iban a discutir la organización de las costureras. Fielden y Schwab también estaban allí. Schwab abandonó la reunión para asistir a un mitin en Deering. Cuando discutían sobre la incorporación de las costureras a la lucha por las 8 horas, mujeres particularmente explotadas que entonces trabajaban sobre 15 horas diarias, un obrero se presentó diciendo que en la concentración faltaban oradores en inglés. Todos dejaron el local del periódico y fueron allí, donde Spies ocupaba la tribuna. Le sucedió Parsons, que habló por espacio de una hora. Luego, Fielden. Los discursos eran moderados y la muchedumbre se comportaba con tranquilidad, pese a la gravedad de la masacre del día anterior frente a McCormik. El alcalde de Chicago, Carter H. Harrison, que presenciaba el mitin para pulsar el ambiente, se fue a casa al concluir de hablar Parsons, dándole órdenes al capitán de Policía Bonfield, a cargo de la tropa, de que la retirara. Empezaba a llover, como culminación de un día helado y húmedo. Fielden estaba aún en la tribuna y la gente comenzaba a dispersarse. Algunos obreros se dirigieron incluso al Zept Hall, cervecería que quedaba en las proximidades, para seguir a través de sus ventanas la manifestación. En la plaza, la muchedumbre ya estaba reducida a unos pocos miles cuando 180 policías avanzaron de pronto sobre los manifestantes con los capitanes Bonfield y Ward al frente, quienes ordenaron terminar el mitin de inmediato y a sus hombres tomar posiciones de disparar. Ya se alzaban los fusiles cuando, desde el montón informe de los manifestantes, se vio salir un objeto humeante del tamaño de una naranja, que cayó entre dos filas de los policías, levantando un poderoso estruendo y arrojando por tierra a todos los que se encontraban cerca. Sesenta policías quedaron heridos de inmediato y uno muerto, en medio de tremenda confusión. Fue la señal para que se desatara un pánico loco y una carnicería más terrible que la de la víspera. Rehechos en sus filas y apoyados por refuerzos, los policías cargaron salvajemente sobre la multitud, disparando y golpeando a diestra y siniestra. El balance dejó un total de 38 obreros muertos y 115 heridos. Otros 6 policías alcanzados por la bomba murieron en el hospital.
Esa misma noche, Chicago fue puesto en estado de sitio, se estableció el toque de queda y la tropa ocupó militarmente los barrios obreros. Al día siguiente, la nación estaba conmocionada por los sucesos y la gran prensa no reparó en nada para calumniar a radicales, anarquistas, socialistas y trabajadores extranjeros, sobre todo a los alemanes. El 5 de mayo, “The New York Times” daba por hecho que los anarquistas eran los culpables del lanzamiento de la bomba. La policía, al mando del capitán Michael Schaack, realizó una batida contra 50 supuestos “nidos” de anarquistas y socialistas y detuvo e interrogó de manera brutal a unas 300 personas. El jefe de Policía Ebersold, hablando tres años más tarde sobre aquellos hechos, decía: “Schaack quería mantener la tensión. Deseaba encontrar bombas por todos lados... Y hay algo que no sabe el público. Una vez desarticuladas las células anarquistas, Schaack quiso que se organizasen de inmediato nuevos grupos... No quería que la "conspiración" pasase; deseaba seguir siendo importante a los ojos del público”. La policía estaba más interesada en conseguir pruebas en contra de los detenidos que en localizar al que había arrojado la bomba. Se ofreció dinero y trabajo a cuantos se ofrecieron a testificar a favor del Estado.