Los historiadores en el
transcurso de los siglos han invisibilizado a la mujer en su papel como
participante en todas las luchas sociales no podía faltar que en la gesta
independista lo seria sin embargo resalta a pesar de vivir en un mundo en donde
se tenia una cultura machista en donde los hombres se les asignaba la autoridad
sobre lo político, religioso y administrativo como lo señala el historiador
Viera Powers “Legalmente, las mujeres estaban bajo el tutelaje de sus padres,
sus esposos o algún pariente masculino. Si eran llamadas para ejercer de
testigos en un juicio, tres mujeres eran consideradas equivalentes al valor de
un testigo masculino. En este sistema de exclusión femenina, la obvia excepción
fue la reina Isabel. En realidad, el patriarcado gobernaba las relaciones
sociales, políticas y económicas de toda Europa. Pero Vieira Powers señala que
en España este era aún más extremo debido a que involucraba la reclusión de las
mujeres en el hogar con el fin de salvaguardar su sexualidad. En este
sentido, la Iglesia le confiaba a los hombres el bienestar espiritual, moral y
físico de sus mujeres (esposas, madres, hermanas, hijas)
Sin embargo al ir asentándose la colonia
todas las mujeres (criollas, mestizas indígenas, mulatas negras y esclavas)
compartían funciones y faenas comunes “oficios mujeriles” o sea hogar, iglesia,
hospital y el campo de labranza toda la educación era para los hombres, la
mujer se hundía en la ignorancia, beatería y la superstición, eso tampoco
quiere decir que eran pasivas o carentes de curiosidad ya que la influencia de
los sucesos de esa época también influían en su pensamiento. Según Cañas
Dinarte “
, así como los ideales
de la revolución francesa llegaron a cimentar ideas libertarias en los
próceres, pudiera ser posible que las mujeres hispanoamericanas también
conocieran las ideas de la activista revolucionaria francesa,
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Maria Gouze Olympe de Googes |
Olympe de Gouges
(seudónimo de Marie Gouze, 1748-1793). A pesar de que las mujeres francesas
participaron activamente en las revueltas callejeras que desembocaron en la
toma de La Bastilla, la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano no
las tomó en cuenta, negándoles así sus derechos civiles y políticos.
Consecuentemente, en 1791, Olympe de Gouges enunció su propia Declaración de
los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana. Poco después, en 1793, se creó la
Sociedad de las Republicanas Revolucionarias, desde la cual un grupo de mujeres
francesas se propuso coaccionar para que les fuera concedida la ciudadanía y la
totalidad de sus derechos y deberes. Sin embargo, sus peticiones fueron
rechazadas; asimismo, elementos radicales intervinieron para que sus discursos
en plazas públicas no fueran escuchados. La activista de Gouges fue detenida, encarcelada,
procesada y, desafortunadamente, ejecutada.” Sus ideas y planteamientos pasaron
a España dominada por Napoleón Bonaparte quien quiso establecer las ideas
revolucionarias francesas en el
oscurantismo que dominaba a los españoles sin bien cae derrotado y su hermano
es asesinado eso no obsta para que esas ideas se trasladaran a América aunque
el concepto insurgente y de opresión de las clases dominantes ya estaba vivo en
la colonia, “Sin descartar la tesis de
este investigador —es decir, la forma en que pudieron haber llegado las ideas
de activistas francesas al interior de círculos de mujeres centroamericanas—,
también creo que el concepto de insurgencia en las mujeres americanas venía
desarrollándose desde tiempos atrás, incluso antes de la conquista española.
Por ejemplo, el caso de las mujeres de Tlatelolco, que se enfrentaron a los
invasores mexicanos en 1473 —evento que ha provocado diversas revisiones e
interpretaciones pero que, en cualquier caso, ha puesto de manifiesto la
participación de las mujeres en la historia de los pueblos. Quizás todo ese
imaginario femenino insurgente —precolombino y europeo— fue el que incidió para
que algunas mujeres (criollas, mestizas, indígenas, mulatas) de la Intendencia
de San Salvador salieran a las calles a defender la causa libertaria o, en
ciertos casos, a defender el orden realista. Pero para entender su
participación, es imprescindible hacer un repaso de los eventos históricos que
desencadenaron estos hechos:
Fue
así como algunos ilustrados criollos no perdieron tiempo y, convencidos de que
era posible instaurar una «patria criolla», se lanzaron de lleno a una lucha
activa por la Independencia. La mañana del martes 5 de noviembre de 1811,
después de que agitadas campanadas convocaran a la población, Manuel José Arce,
desde un taburete frente al Ayuntamiento de la ciudad de San Salvador, resumió
con estas palabras las ambiciones del movimiento criollo: «No hay Rey, ni
Intendente, ni Capitán General: sólo debemos obedecer a nuestros alcaldes...».
Pero
también debemos entender que los criollos no eran de la clase baja si no
grandes potentados terratenientes que la corona española los tenia atosigados
de altos impuestos y nos los dejaba crecer ya que los curas jamás podían ser
obispos ni los soldados capitanes o generales mucho menos intendentes lo mas
que podían alcanzar era ser alcaldes de las pequeñas ciudades ya diezmadas de
población indígena
“San Salvador entró entonces en un estado
de ebullición: reinaba el desorden, nadie gobernaba ni obedecía; en las calles
grupos capturaban a españoles y se apedreaban sus casas. Los ánimos estaban
encabritados. Se desvelaron así dos corrientes independentistas: una que se
inclinaba por firmes medidas contra las autoridades y los españoles; y otra que
abogaba por acciones más moderadas y menos violentas. Poco a poco, los
insurrectos moderados fueron ganando terreno y pasaron a conformar la nueva
dirigencia de la Intendencia y Alcaldía de San Salvador.
Pero
el nuevo gobierno necesitaba legitimidad y respaldo político, tanto de los
ciudadanos como del resto de ayuntamientos. Asimismo, tenía que pacificar las
calles de San Salvador y encauzar las demandas económicas de la población. De
esta forma, un equipo de escribientes se dio a la tarea de reproducir una
misiva confeccionada por Manuel José Arce y el escribiente Damián Cisneros. Ese
comunicado, que fue distribuido en varias poblaciones del interior de la
Intendencia de San Salvador, se convirtió en un ferviente llamado para que la
población y los ayuntamientos se sumaran al movimiento insurreccional y
respaldaran al nuevo gobierno local. No obstante, en aquel primer momento, el
afán independentista era más bien una estrategia política para alcanzar la
libertad económica. Como afirma Cañas-Dinarte:
Para
fines de esa misma semana, el tono de los discursos y propuestas de gobierno de
aquellos primeros patriotas ha cambiado algunos grados: de los afanes
incendiarios ha pasado a esgrimir las armas de la tolerancia y el bienestar
común, donde se solicita poder local, pero se le rinde vasallaje al rey
Fernando VII, a las Cortes españolas y a las leyes municipales. De esa manera,
se revelaba como un movimiento enmarcado en una corriente autonomista americana
que, en lo profundo de su ser, aspiraba a seguir leal a la monarquía y guardaba
la esperanza de que se le concedieran un sistema constitucional de gobierno y
grandes cuotas de libertad comercial. (p. 25)
En
cualquier caso, el comunicado de Arce llegó al resto de las poblaciones y,
mientras algunas ciudades se mantuvieron leales al Reino de Guatemala (San
Miguel, Santa Ana, Metapán, Sonsonate, Zacatecoluca y San Vicente), otras se
unieron al espíritu independentista de San Salvador. De esta manera, en las
noches de entre el 6 y el 30 de noviembre, explotaron violentos disturbios
populares en Santiago Nonualco, Chalatenango, Tejutla, Usulután, Metapán, Santa
Ana y Cojutepeque. Tanto fue así que sus partícipes fueron capturados y
encarcelados. Entre estos, hubo varias mujeres.
Mujeres
en los movimientos insurgentes de San Salvador
El
primer levantamiento en Santa Ana tuvo lugar el 17 noviembre de 1811 y fue
capitaneado por Dominga Fabia Juárez de Reina, Anselma Ascensio, Juana
Evangelista, Inés Anselma Ascencio de Román, Cirila Regalado, Irene Aragón,
Romana Abad Carranza, María Nieves Solórzano y Teodora Martín Quezada. En
Metapán, la sublevación ocurrió entre el 24 y el 26 de noviembre, y también la
realizó un grupo de mujeres lideradas por María Madrid, una viuda de 43 años, y
por Francisca de la Cruz López, mujer soltera de 30 años de edad. Estas mujeres
fueron capturadas, sometidas a duros interrogatorios, acusadas de traidoras y
calificadas como «exaltadas mujeres». Permanecieron en la cárcel hasta el 3 de
marzo de 1812, cuando fueron liberadas gracias a un indulto. Sus declaraciones
judiciales se encuentran en los documentos de los «juicios por infidencia»,
custodiados en la actualidad por el Archivo General de Centro América (AGCA),
ubicado en la ciudad de Guatemala.
En
Sensuntepeque, dos mujeres lograron que la insurrección se alzara el 29 de
noviembre de 1811 en un punto conocido como Piedra Bruja: las hermanas María
Feliciana de los Ángeles Miranda
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Maria Feliciana de los Angeles Miranda |
y Manuela Miranda. Ambas fueron apresadas y
procesadas por las autoridades españolas. Luego fueron recluidas en el convento
de San Francisco, localizado en San Vicente de Austria y Lorenzana, y
condenadas a sufrir azotes. Después, como castigo, ingresaron como siervas sin
paga en la casa del párroco Dr. Manuel Antonio de Molina y Cañas. Casualmente,
este párroco fue uno de los firmantes del acta de Independencia del 15 de
septiembre de 1821, pero en aquel momento dirigía las labores eclesiásticas en
el templo del Pilar.
Según
la leyenda, María Feliciana de los Ángeles Miranda falleció en los primeros
meses de 1812, cuando su espalda desnuda recibió mortales latigazos de un
verdugo frente a una multitud concentrada en la Plaza Central de San
Vicente. Sin embrago, Cañas-Dinarte sostiene que, de acuerdo con
recientes investigaciones, este hecho no se puede confirmar:
[…]
investigaciones realizadas en un archivo privado de Madrid (España) —donde se
conservan los documentos personales de un médico de la Armada española asentado
por entonces en la localidad de San Vicente de Austria y Lorenzana— llevan a la
conclusión de que María Feliciana padecía de una afección corporal debida a una
larva estimulada por emanaciones sulfurosas (quizá los infiernillos volcánicos
de la localidad vicentina), por lo que tuvo que ser tratada por ese galeno,
comisionado por las autoridades españolas para conservarle la vida a aquella
mujer que en sus apuntes figura como «F. Miranda». Por tanto, la idea de que la
prócer murió en un glorioso martirio queda casi descartada y deberá ser sujeta
a revisiones posteriores.